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El sueño de Eva (parte 2)

El sueño de Eva (parte 2)

Introducción

Ten cuidado con lo que sueñas, puede hacerse realidad

Tenía poco tiempo para establecer un primer contacto con Sebastián. Sabía que no tendría  otra ocasión de estar tan cerca de él con lo que era el momento para hablarle y decirle, al menos, que había venido a su evento. Los nervios se apoderaron de ella y dudó de hablarle o no, pero ya que tenía apenas unos minutos, se armó de mucho valor y se lo dijo.

El autor sonrió, le dio dos besos y se mostró muy amable. Eva estaba flipando. Le contó que había leído todas sus obras. Él se lo agradeció y hablaron sobre su trabajo. Eva respondía fervientemente a cada una de sus preguntas y hablaba sobre las obras con total seguridad, Sebastián se dio cuenta de que en verdad, Eva lo había leído todo y se asombró bastante porque incluso, había obras que no habían tenido ningún éxito y ella le habló también de esos trabajos. El autor estaba atónito ante las respuestas de la mujer. 

Llegaron al sexto piso y Eva se tenía que ir. Sebastián le prometió hablar mucho más largo y tendido ya que apenas habían tenido tiempo. Se despidieron y Eva se dirigió a su habitación. Estaba alucinando, no lograba creer que había reunido el valor para hablar con él en persona. 

Mientras tanto, en el ascensor, el acompañante de Sebastián le preguntó cómo esa mujer podía saber sobre esas obras, él que estaba tan sorprendido como su acompañante, respondió que quería conocer a esa mujer. Era la primera vez que un lector le hablaba de esos trabajos con tanta naturalidad. 

Si no has leído aún la primera parte, puedes hacerlo aquí:
https://www.xn--sueosdemujer-chb.com/el-sueno-de-eva/

Por la noche Eva bajó a cenar al restaurante del hotel. Eligió ese restaurante porque estaba sola y no conocía Madrid, además no quería acostarse tarde porque al día siguiente era la presentación y quería descansar para poder disfrutar del evento. Cuando estaba a punto de pedir la comida, se acercó el mismo hombre que había acompañado a Sebastián en el ascensor y la saludó. Le dijo que Sebastián quería invitarla a cenar, Eva sonrió nerviosa y lo buscó con la mirada pero no lo encontró. El hombre le explicó que se encontraba en la misma sala que la joven, pero en un lugar un poco más reservado. 

Eva no sabía qué responder ni qué hacer, estaba sorprendida de que su amor platónico quisiera cenar con ella, no entendía porqué. Obviamente no iba a dejar pasar esa oportunidad, por algo había ido, y tras meditarlo unos momentos, aceptó. 

El joven la acompañó hasta donde se encontraba el autor. Una vez allí y tras los oportunos saludos, la invitaron a sentarse al lado de Sebastián y el joven también se sentó. Había como tres o cuatro personas más. Eva estaba muerta de vergüenza. Pidieron la comida, charlaron, comieron y llegó un momento en que Eva le preguntó a Sebastián cuál de esas mujeres era su esposa, él sorprendido respondió que ella no le acompañaba en este tipo de eventos. Eva sintió una sensación de bienestar y se relajó un poco. Tras la cena, tomaron una copa y siguieron hablando. 

Sebastián pidió estar a solas con la joven porque quería hablar con ella en privado. Los demás aceptaron y se retiraron. Se quedaron solos y entonces fue cuando el autor aprovechó para preguntarle cómo sabía tantas cosas sobre él, como el tema de su mujer o las obras mencionadas anteriormente. Cosas que no eran públicas. Él tenía interés en saber cómo esa mujer lo sabía.

Eva respondió que como le gustaba tanto su trabajo, había investigado con la intención de adquirir todas sus obras y las encontró. También le dijo que le había costado muchísimo esfuerzo pero que finalmente logró encontrar algo. Sebastián le preguntó por qué se había alojado en el mismo hotel que él, si es que ella lo sabía o fue pura casualidad. Ella soltó una carcajada y le dijo que eso fue pura casualidad, que ella no conoce Madrid y que se alojó en el lugar más cercano al evento, es decir, en el mismo hotel.

—Pero… Hay muchos autores, ¿por qué a mí? 

Eva estaba a punto de decirle que estaba obsesionada con él pero se contuvo. Y se encogió de hombros. El interés de ese hombre aumentaba por momentos, esa mujer le parecía muy misteriosa. 

Eva comenzó a hablar. Le contó a Sebastián la vida de mierda que tenía y le explicó que la lectura era lo único que lograba evadirla de la realidad y que por ese motivo dedicaba su vida a buscar información de cosas que la hacían sentir bien y que, sus letras eran lo único que lograban hacerla feliz. Se puso algo triste y él lo notó. Sintió el impulso de abrazarla y lo hizo, los dos se sorprendieron pero continuaron con el abrazo. Tuvo que reconocer que al principio esa mujer le causaba un poco de miedo pero después se sentía cada vez más cómodo con ella.

Sebastián también se abrió con Eva y le contó sobre su vida. Le explicó por qué escribía y añadió que su mujer no era la persona en que se inspiraba para escribir, le dijo que eso lo había dicho en esa entrevista… ¿qué iba a decir? Él también estaba insatisfecho con su vida sentimental. No le iba muy bien, por eso ella nunca le acompañaba. Se sentía muy solo y no era correspondido, por eso escribía. Escribir era la única manera de evadirse. Al igual que Eva se evadía al leer, Sebastián se evadía al escribir. Sebastián escribía para Eva y Eva leía los sentimientos de Sebastián. Era algo recíproco. Surgió la magia. 

Entonces, Eva le preguntó si en verdad es tan sensible como escribe en sus libros. Sebastián le respondió que él puede ser tan sensible como ella quiera.  La abrazó y la besó. 

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A Eva se le llenaron los ojos de lágrimas y le confesó algunas de las “películas” que se había montado pensando en él. Le contó sobre su encuentro imaginario y algunas fantasías más. Él sonrojado y vergonzoso le sugirió que si ella aceptaba, se podían hacer realidad. Los dos estaban muertos de vergüenza pero Eva sintió que tenía que hacerlo. No lo consideraba infidelidad sino necesidad. Ella necesitaba de cariño, ternura y dulzura y sabía que con él lo obtendría porque ya lo había hecho en otras ocasiones: En su mente.

Se fueron a la habitación de Sebastián y allí ocurrió todo lo mágico que puede ocurrir en una habitación cuando dos personas se respetan y se desean. Ocurrió de la manera más dulce y bonita que jamás, en la vida de ambos, había ocurrido. 

Al día siguiente, era el día de la presentación y ambos estaban extremadamente felices. Sebastián dio la mejor charla de su vida. Todos los asistentes lo notaron y cuando terminó aplaudieron con mucho entusiasmo. Fue el mejor aplauso que recibió el autor. Después de la charla y la presentación del libro era la jornada de convivencia, la comida con el autor y mucha gente se hacía fotos con él. Fue una jornada verdaderamente gratificante. 

Llegada la noche Sebastián estaba exhausto. Pidió que le llevasen la cena a la habitación pero después lo pensó mejor. Pidió cena para dos y que la llevasen a la habitación de Eva. Desde recepción la llamaron para decirle que tenía la cena reservada, por si tenía pensado salir que no lo hiciera. Ella se sorprendió, no entendía nada. El email no hablaba de eso… Pero le vino bien, así tenía más tiempo para descansar ya que al día siguiente tenía el avión de vuelta a su casa. 

Un rato después llamaron a la puerta, ella creía que era la cena y abrió. Era Sebastián. Le explicó que había sido él quien lo había organizado y le pidió permiso para cenar juntos. Aceptó con un enorme “por supuesto” y minutos después llegó la cena. 

Charlaron, se conocieron más, cenaron y después tomaron algo del minibar mientras seguían hablando y conociéndose. Eva le dio la enhorabuena por la presentación, había estado verdaderamente bien. Sebastián se acercó a ella, le puso un dedo en los labios en señal de silencio y abrazándola le dijo: 

Si no leíste la primera parte, hazlo aquí:
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—-Shhh… La enhorabuena es para ti. Tú eres la causante del éxito de hoy. Me hiciste pasar la mejor noche de mi vida. ¡Gracias! 

Se besaron y volvieron a hacer el amor, en todas las vertientes de la expresión. Hicieron el amor, de verdad. Volvió a surgir la magia, no repitieron lo de la noche anterior, esta vez lo superaron. 

—¿A qué hora tienes el vuelo de regreso? —Le preguntó Sebastián aún tumbados en la cama y abrazados. 

—Buff… ¡No estropees el momento!

—No es por estropearlo, quiero mejorarlo. Dile a tu marido que mañana también hay evento y que no lo sabías. Te irás pasado mañana, te voy a enseñar Madrid, ya que no la conoces. Yo te pago el billete. No hay problema por eso. 

—¿… Y tú crees que se lo creerá? 

—¿En verdad te importa eso? No tiene otra alternativa. Debe creerte. ¡Mañana vamos a ver Madrid!

Eva le escribió un mensaje a Luis diciéndole lo que había dicho Sebastián: 

“Hola Luis. 

Siento escribirte a esta hora pero es que 

me acabo de enterar de que 

mañana esto continúa y yo no lo sabía. 

Volveré el lunes. Lo siento, cuídate”.

Al día siguiente lo llamó para decirle que el tema del billete ya lo había solucionado. Aunque a Luis le importaba su mujer, ponía más interés en el dinero y discutieron por teléfono. Cuando finalizó la llamada, Eva soltó un soplo en señal de tristeza. Sebastián se acercó a ella y la abrazó. Le dijo que no se preocupara en ese momento y que disfrutara del presente. Hoy estaba allí con él, con su autor, el autor de sus sueños. Le dijo que disfrutase de eso. Ella sonrió y agradeció entre lágrimas.

Tras darse una ducha juntos (cosa que con Luis no había hecho nunca y por lo tanto le parecía algo muy extraño), se vistieron y se fueron a pasear por Madrid, tal y como Sebastián le había prometido. Pasaron juntos un día muy especial, visitaron tantos lugares como pudieron en un día y disfrutaron mucho. Parecían dos adolescentes enamorados paseando por las calles, cogidos de la mano, abrazados… Fue un día mágico para los dos. Estuvieron el día entero y la noche juntos. Se impregnaron cada uno del otro tanto como pudieron. Calmaron la sed que ambos tenían y llenaron las reservas porque sabían que eso no se volvería a repetir. 

Llegó el lunes y Eva tomó el avión de vuelta. En el aeropuerto se despidieron envueltos en lágrimas y llanto. 

Cuando llegó al destino, la esperaba el tosco de Luis. Era tan distinto a Sebastián… Un hombre elegante, con buena presencia y buenos modales. En cambio Luis… Era simplemente Luis. El tosco y rudo de Luis. Se acercó para darle un beso y ella le ofreció la cara, le preguntó qué tal lo había pasado y ella le dijo que estaba muy cansada y que por favor, se fueran rápido a casa. 

Cuando llegaron, él se fue a hacer sus cosas y ella se recostó en la cama. Se tumbó y miró al techo un largo rato mientras aún sentía las caricias de Sebastián en su piel. Fue el mejor fin de semana de su vida. 

Días después ella seguía leyendo, esta vez leía el nuevo libro del autor. Se sentaba en su sillón, ponía su música y se dejaba llevar por las palabras de Sebastián. Todo había vuelto a la normalidad pero nada era igual. Eva ya ni siquiera podía mirar a Luis. Ni siquiera lograba tener relaciones con él. Durante esos días le dijo que tenía el periodo pero no sabía qué le iba a decir pasados unos días cuando, supuestamente se terminara. Tenía que pensar algo. 

Un día Luis le dijo que ya que habían pasado unos días y ya había descansado, le contara sobre el viaje. Ella solo le dijo que había estado muy bien y que lo había disfrutado mucho. Luis notó algo de tristeza en su mirada. 

—Eva. Estabas muy entusiasmada con ir y desde que has vuelto estás muy triste. ¿Te ha ocurrido algo malo?

—No. Solo que… —Tomó aire —Luis. Lo que tengo es nostalgia. Es la primera y única vez que he salido sin ti. Las pocas veces que salgo es contigo, lo he pasado muy bien. No sabes la sensación de libertad que he tenido, ir sola a los sitios, hacer sola lo que yo quisiera, tomar mis propias decisiones sin tener que pedir permiso, que nadie me controle si incluso, voy al baño… Estoy muy agobiada, me atosigas, Luis. Me das… una vida de mierda. Estoy amargada y… quiero el divorcio. No puedo seguir así. Estoy anulada completamente. Esto no es vida. Ni siquiera tenemos hijos. Lo siento mucho, llevamos juntos casi toda nuestra vida y no siento que… Te quiero, solo te tengo cariño, igual que tú a mí. 

—Uff.. Eva, pensé que no lo ibas a decir nunca. 

—¿Qué?

—Sí. Ese fin de semana me acosté con otra. Te fui infiel porque yo tampoco te quiero, siento lo mismo que tú: cariño, por la cantidad de años que llevamos juntos pero… no es amor. Sí, lo mejor es divorciarnos.  

Eva se lanzó a Luis y le dio el mayor abrazo que nunca le había dado. —Gracias Luis. 

Cuatro meses después Eva llegaba al aeropuerto de Madrid con varias maletas y allí la esperaba Sebastián el cual también se había divorciado. Se abrazaron y juraron llenarse cada día de sus vidas de cariño, comprensión y dulzura el uno al otro.  

Vanessa Arjona

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