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Introducción

La historia de María es simplemente una entre tantas otras.

María tenía 74 años recién cumplidos. Este cumpleaños había sido distinto: lo había celebrado sola. Sus hijos y nietos la acompañaron a través del móvil, en video llamada. Llevaba encerrada en casa mucho tiempo. El gobierno comunicó que una enfermedad muy agresiva había llegado al país y solo se podía salir de casa a cosas esenciales como comprar comida o ir a la farmacia. María salía lo mínimo. 

A la edad de 59 años se quedó sola. Su marido, dejó de acompañarla. Por esa época sus hijos ya habían hecho su vida y se habían ido de casa. Los tres vivían lejos y por eso no podían visitarla tanto como quisieran. Cuando murió Manuel, sus hijos la invitaron a vivir con ellos, los tres estaban de acuerdo en que no se quedase sola en el pueblo. Aunque tenía sus amistades, su trabajo de hacía muchos años y sus hermanos, ya no era lo mismo, su marido y sus hijos no estaban. 

Su hija pequeña, vivía a 800 kilómetros. Era ortodoncista y vivía en Barcelona donde se había casado y montado su clínica junto a su marido.
El mediano, vivía a casi 300 kilómetros. Era profesor de economía en la universidad de Sevilla. 
Su hijo mayor, vivía en otro país. Era ingeniero agrícola en Turquía. 

María se sentía joven y estaba bien, no quería depender de sus hijos siendo tan joven. Decidió que tal vez, cuando fuese más mayor, seguramente tendría que irse con alguno de los tres, Pero de momento no. 

A pesar de la soledad, María continuó con su vida. Era gobernanta de hotel y trabajaba cerca de casa. Por las tardes, iba a gimnasia que ofrecía el ayuntamiento del pueblo y a la vuelta siempre pasaba a saludar a su hermano mayor que le pillaba de paso. Luego iba a hacer algo de compra y cuando llegaba a casa, después de ducharse, sacaba a pasear a su perro. En verdad ella no quería perro, pero su hija se lo regaló para que no estuviera tan sola. A la vuelta hacía la cena y hablaba un rato con sus hijos por teléfono. Luego veía la tele o leía un rato y se iba a dormir. Echaba mucho de menos a su esposo, habían estado juntos durante 41 años y habían formado su hogar juntos. Trabajaron mucho para tener la casa que tenían y para que sus hijos consiguieran estudiar, siempre les ayudaron en todo cuanto estuvo en su mano. 

Cada vez que María tenía vacaciones o algunos días libres, los aprovechaba para ir a visitar a sus hijos. Pasaba unos días con ellos y después volvía a casa. Ella nunca había viajado tanto como entonces. Además, sus hijos les enviaban a los nietos en vacaciones para que pudieran estar juntos unos días. Los niños pedían a sus padres viajar al pueblo para estar con la abuela. 

Esa fue su vida hasta que se jubiló. Después de eso, para no aburrirse en casa, se apuntó a las actividades que ofrecía el ayuntamiento como viajes, manualidades, baile, pintura… Se acostumbró a estar sola, hacer lo que quisiera y no dar explicaciones a nadie. Tenía sus amigas y todos los días salían a pasear, a comprar y a tomar el café en casa de alguien, cada día tocaba desayunar en una casa distinta. La verdad es que a pesar de todo, no lo llevaba tan mal. Aunque echaba mucho de menos a Manuel. ¡Cuánto estarían disfrutando ahora los dos juntos! Ya jubilados y con todo el tiempo del mundo para hacer lo que quisieran.

Las noches eran lo peor. Cuando cerraba la puerta y sabía que estaba sola, que no estaba su compañero, el mundo se le venía encima. Se sentía muy triste y muchas eran las noches en que se quedaba dormida llorando. Al día siguiente hacía como si no ocurriera nada y continuaba con su vida. 

De pronto un día de Marzo el gobierno ordenó que nadie saliera de casa. Se acabaron los desayunos con las amigas, los viajes, los paseos por las tardes y los ratos de risas. Ahora había que estar solo en casa. Ni siquiera tenía una mascota que le diera compañía, el perro que le regaló su hija, murió unos años atrás y no quiso tener más porque lo pasó muy mal cuando murió. No lo hacía notar a sus hijos cuando la llamaban, pero había muchos momentos en que lo pasó mal, María pasó muchas horas y muchos días sola, sin nadie. Fueron muchas veces las que rezó para irse con su esposo. 

Ya que la cosa vino sin previo aviso, nadie pudo hacer nada. Sus hijos también lo pasaron mal porque sabían que su madre estaba muy sola. Ellos no podían viajar para estar con ella y tampoco podían estar todo el día pegados al teléfono. Acordaron llamarla varias veces al día para comprobar que estuviera bien. Así lo hacían, pero el confinamiento era duro. María estaba casi todo el día hablando por teléfono. La llamaban sus hijos, hablaba con sus hermanos, sus amigas… Se organizaba para hablar con todos. María era una mujer muy cariñosa y muy querida por todos. Pero la soledad es muy mala.

Tiempo después, por fin terminó el confinamiento y, aunque con restricciones, podían viajar. En verano sus tres hijos vinieron a visitarla y a estar con ella unos días. María estaba tan feliz… No vinieron todos a la vez porque querían protegerla. Tomaron todas las medidas necesarias antes de venir a visitarla: todos, incluidos los niños, se hicieron pruebas y todos dieron negativo. Utilizaban mascarillas y, aunque deseaban más que nada en el mundo abrazarla, no lo hacían porque no querían que María se enfermase. Querían protegerla.

Sus hijos le dieron a elegir: Tenía que irse con uno de ellos, no iban a permitir que, en el caso de un nuevo confinamiento, volviera a estar sola. A María le costó mucho decidir, porque ella no quería irse de su casa, sobre todo ahora con el tema de los okupas. Ellos le dijeron que eso no era problema, que se ponía una alarma en la casa y harían todo lo que fuera necesario, pero que no la volvían a dejar sola. Finalmente decidió ir a Sevilla con su hijo mediano. Les pidió mil veces perdón a sus otros hijos, pero ella prefería quedarse en Andalucía. Los otros hijos lo entendían perfectamente y se reían cada vez que se repetía la escena. María no sabía hablar turco, por lo que le resultaría muy difícil vivir allí. Barcelona le gustaba mucho y también estar con su hija, pero ella prefería Andalucía. 

En verano, para que pudiera estar con todos sus hijos, Fernando fue el último en visitarla porque así, a la vuelta, ya María los acompañaría. Él vivía en una casa grande con jardín y le había construido a su madre una casita pequeña aparte, dentro de su parcela para que así ella pudiera tener su intimidad sin que estuviese sola. 

En septiembre los niños volvieron al colegio, esto implicaba que, aunque tomaban medidas muy estrictas, estaban en contacto con la gente. Fernando y su mujer también volvieron al trabajo. Todos, extremaron las medidas de seguridad pero… el virus entró en casa. Ellos apenas lo notaron. Y querían cuidar de que María no se contagiase y la evitaban a toda costa para protegerla. Pero desgraciadamente se contagió. No se sabe si fue por ellos o en una de las que salió ella a la calle a comprar o a pasear. La cuestión es que María se infectó.

No quería decírselo a su hijo o a su nuera porque no quería preocuparlos. Ella insistía en que era un simple resfriado pero cada vez estaba peor. María era una mujer muy fuerte y nunca había estado en cama por alguna enfermedad y en este caso, no tenía fuerzas para estar fuera de ella. Fernando no esperó y le hizo hacerse la prueba, efectivamente María dio positivo.

Nadie culpó a nadie, el virus estaba ahí y nadie tenía la culpa. María se contagió, al igual que lo había hecho mucha gente. Pronto tenía síntomas fuertes y tuvieron que llevarla al hospital. Ellos la animaban diciendo que ella era fuerte y que saldría de esta. 

Ya nadie supo más nada de María. La ingresaron y la metieron en una habitación, sola. Sin contacto alguno con el exterior. No tenía su teléfono y no podía comunicarse con nadie. Los días pasaban y María cada vez se sentía más débil. Esta vez estaba más sola que nunca.

Un día se abrió la puerta y entró Manuel. Ella lloró de alegría, lo había echado mucho de menos, tenía muchas ganas de estar con él. Se abrazaron, después Manuel la tomó de la mano, María se levantó de la cama y juntos cruzaron una puerta que daba a un pasillo largo donde al final había una luz muy brillante. Ella le preguntó a dónde iban, él solo sonreía. No miraron atrás, caminaron y juntos llegaron a la luz. 

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